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Congregación de la Misión en Salamanca

Día de la vida consagrada

Para comenzar, os ofrecemos un pequeño texto de nuestro fundador, san Vicente de Paúl, que dirige a los misioneros acerca de nuestra vocación:

«En esta vocación vivimos de modo muy conforme a nuestro Señor Jesucristo que, al parecer, cuando vino a este mundo, escogió como principal tarea la de asistir y cuidar a los pobres [de ahí nuestro lema:] Misit me evangelizare pauperibus (Lc 4,18), y si se le pregunta a nuestro Señor: “¿Qué es lo que has venido a hacer en la tierra?[él contestaría:]A asistir a los pobres” — “¿A algo más?” — “A asistir a los pobres”, etc. En su compañía no tenía más que a pobres y se detenía poco en las ciudades, conversando casi siempre con los aldeanos, e instruyéndolos. ¿No nos sentiremos felices nosotros por estar en la Misión con el mismo fin que comprometió a Dios a hacerse hombre? Y si se le preguntase a un misionero, ¿no sería para él un gran honor decir como nuestro Señor: Misit me evangelizare pauperibus? Yo estoy aquí para catequizar, instruir, confesar, asistir a los pobres. Y ¿qué es lo que supone esta forma de vivir como nuestro Señor, más que nuestra predestinación? “Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser imagen de su Hijo (cf. Rm 8,29)»[1]

El Espíritu Santo otorgó a san Vicente de Paúl una peculiar forma de entender y vivir el Evangelio centrada en la experiencia de la Caridad y de la Misión. Y ese legado llega hasta nosotros con el nombre de Espiritualidad Vicenciana.

La Caridad es el origen de la Misión. Es el amor de Jesucristo que se compadece de la muchedumbre (cf. Mc 8,2) lo que nos impulsa «a hacer efectivo el Evangelio»[2].

Y la Misión se hace Caridad. El ejemplo del Buen Samaritano (cf. Lc 10,30‑37), que sale al encuentro del abandonado con soluciones prácticas, anima el empeño vicenciano de cumplir las exigencias de la justicia social y de la caridad evangélica[3].

Según estos dos motores, Caridad y Misión, se mueve, tanto la Congregación de la Misión, como toda la Familia Vicenciana, pero concretando, os relatamos a continuación, gran parte de la labor que realizamos los paúles desde nuestra casa de Santa Marta de Tormes en la actualidad, aunque habitamos en ella desde 1957, y en Salamanca desde 1938:

A parte de ofrecerse como Centro de Espiritualidad, tenemos algunos misioneros mayores que han trabajado toda su vida y la edad o la enfermedad ya no les permiten vivir en otra de nuestras misiones.

Somos dos comunidades las que compartimos casa, la veterana, además de su labor de coordinación y administración de toda la provincia, acompañan a la Familia Vicenciana y celebran la Eucaristía en la Residencia Caja Duero; y otra comunidad más joven, dedicada a la formación de los que dan los primeros pasos en esta apasionante aventura. Además de la formación teológica en la Universidad Pontificia, reciben formación en casa y desarrollan otras actividades pastorales, tanto sociales como catequéticas:

Colaboramos en la pastoral educativa en dos colegios de las Hijas de la Caridad, el de La Milagrosa de Salamanca, y el de La Encarnación de Peñaranda de Bracamonte.

También estamos presentes en la pastoral parroquial de Carbajosa de la Sagrada, en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, acompañando a un grupo que recibirá la primera comunión este año y otro que se confirmará; y aquí, en la Parroquia Santa Marta, en el equipo de liturgia, en la catequesis familiar, en la infantil, y en los coros de las misas de 11 y de 12 de los domingos.

La pastoral social tiene mucha importancia para la Familia Vicenciana, por eso también dedicamos nuestro tiempo en el piso-hogar de menores Guillermo Arce; y con Cáritas en la casa Samuel, con enfermos de VIH‑SIDA; y en el Centro de día de Atención Integral de Drogodependencias.

A todo esto hay que sumarle muchas más actividades extraordinarias que realizamos a lo largo del año.

Para concluir, os ofrecemos otro texto de san Vicente:

«Nuestra vocación consiste en ir, no a una parroquia, ni sólo a una diócesis, sino por toda la tierra; ¿para qué? Para abrazar los corazones de todos los hombres, hacer lo que hizo el Hijo de Dios, que vino a traer fuego a la tierra para inflamarla de su amor. ¿Qué otra cosa hemos de desear, sino que arda y lo consuma todo? Mis queridos hermanos, pensemos un poco en ello, si les parece. Es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacerlo amar. No me basta con amar a Dios, si no lo ama mi prójimo. He de amar a mi prójimo como imagen de Dios y objeto de su amor, y obrar de manera que a su vez los hombres amen al Creador, que los conoce y los reconoce como hermanos, que los ha salvado, para que con una caridad mutua también ellos se amen entre sí por amor de Dios, que los ha amado hasta el punto de entregar por ellos a la muerte su único Hijo»[4]

[1] Obras completas de san Vicente de Paúl, XI, 33‑34

[2] Obras completas de san Vicente de Paúl, XI, 391

[3] Cf. Constituciones de la Congregación de la Misión, n. 18

[4] Obras completas de san Vicente de Paúl, XI, 553 554