PREGÓN de Don JULIO PARRILLA

(En el Salón del Ayuntamiento de Santa Marta de Tormes, a 29 de julio de 2022.)

(D. Julio Parrilla Díaz fue párroco del lugar, es miembro de las Comunidades Adsis y obispo emérito de Riobamba, Ecuador.) 

Señoras y Señores, Señor Alcalde Don David Mingo, Señoras y Señores Concejales, Amigos todos:

Para mí es una alegría y un honor estar hoy aquí, ejerciendo de Pregonero con motivo de las fiestas de Santa Marta 2022. Una alegría porque, después de 30 años, vuelvo a un pueblo del que no sólo fui párroco durante 10, sino que fue, fue siendo poco a poco, mi patria chica. En Santa Marta aprendí a ser cura y, de la mano de muchos amigos, gente entrañable, aprendí que la Iglesia tiene que caminar al lado del pueblo, de la gente sencilla que, día a día, vive, lucha, trabaja y se afana por salir adelante y, por lo manos, llegar a fin de mes. Esa fue la realidad con la que yo me encontré, allá por el año 1984, cuando Mons. Mauro Rubio Repullés, obispo bueno y paciente, hombre de fe y de comunión, pidió a la Comunidad Adsis que se hiciera cargo de la parroquia de Santa Marta. Monseñor me dijo: “Bueno será que me digas que sí, porque en aquel pueblito están aterrizando oves et bobes et omnia pecora y en pocos años estará irreconocible”.  Y así fue.

Santa Marta, en aquel momento, necesitaba no sólo la persona de un párroco, que ya lo tenía en la persona de Don Bernardino Monleón, sino de un equipo entusiasta que trabajara y diera vida a un colectivo tan variopinto de gente. Recuerdo aquellos años con especial cariño. La gran mayoría de nuestros vecinos era gente proveniente de los pueblos que trabajaba en Salamanca y alrededores, pero que encontró aquí, en Santa Marta un solar bien asentado, comunicado y más económico para sus bolsillos. Gente que trajo a sus pueblos en el corazón y que le dio a Santa Marta un tono familiar que, a pesar del crecimiento y de la renovación de las generaciones, perdura hasta hoy.

Trabajar pastoralmente en aquellos años fue muy agradable, incluso apasionante. A la bondad de la gente y a su buena respuesta se unió la satisfacción de ver cómo el viejo pueblo crecía e iba adquiriendo una fisonomía propia. Hoy, hablar de pueblo se queda corto. Y, sin embargo, mantener en la ciudad, pues de una ciudad estamos hablando, el corazón de pueblo, ¡qué importante es! El problema de las grandes ciudades no es que crezcan mucho (algo que parece inevitable dada la concentración urbana; el problema es que las megàpolis se llenan de habitantes que no siempre son vecinos y ni siquiera ciudadanos.

Poco a poco fuimos testigos de la metamorfosis, de un cambio acelerado e imparable. Hoy, después de haber pasado yo 30 años en América Latina misionando por aquellas tierras, mucha gente me saluda y me dice: “Don Julio (por cierto, los que tienen mejor vista dicen: ¡qué guapo y que bien que está Usted! Ud. me bautizó, me dio la Primera Comunión, me casó … y casi me divorcia!”.  Muchos me presentan a sus hijos. Y alguno, que empezó con prisa, devoto del ñaca ñaca, me presenta a sus nietitos.

Con el crecimiento del pueblo también creció la lid política por gobernarlo. Estaba la gente (algo muy atractivo para los partidos), estaba el futuro (el pueblo y las urbanizaciones eran un imán para mucha gente trabajadora, inversores y de clases medias) y estaba la economía (los bienes raíces, la recalificación de terrenos y las licencias de construcción eran garantía de estabilidad, de que la cosa merecía la pena).

Conocí cuatro alcaldes, cuatro administraciones municipales. El primero, de 1983 a 1987 fue Don Antonio Bueno Losada, socialista. El segundo, también socialista, de 1988 a 1990, fue Don Manuel Iglesias Medina (creo recordar que estaba vinculado al mundo sindical). El tercero, de 1991 a 1993, fue Don Lorenzo Rodríguez López, Independiente, aunque gobernó con los socialistas. Y el cuarto, de 1993 a 1995, fue Don José Manuel Sánchez Hernández (+), el entrañable Sr. Pepe. No juzgo las actuaciones de nadie porque no soy yo quién para hacerlo ni viene al caso, pero entiendo que cada uno hizo lo que supo y pudo, lo cual en política es de lo más común. Entre lo que uno sueña, promete en campaña y realiza, suele haber una distancia considerable. Pero sí me gustaría señalar algunas cosas:

  • Sacar adelante un pueblo emergente no es tarea fácil.
  • La realidad de Santa Marta era en aquellos tiempos una realidad bastante fragmentada y polarizada por el bipartidismo propio de la época.
  • Algo que no resultaba bien es el hecho de que, en general, los alcaldes eran foráneos, gente de fuera, marcada más por la troncha política que por los intereses del pueblo. En general, aterrizaban y despegaban.
  • Los administradores públicos conviene que sean del público, que sean de la tierra, la conozcan, la amen y luchen por ella y sientan el dolor de los más vulnerables como un dolor propio.

Esto me lleva a decir una palabra sobre lo que significa construir un pueblo. Una tarea que es de todos: para unos a la hora de votar, para otros a la hora de gobernar y para todos a la hora de vivir y de participar.

  • Importantes son las políticas y los proyectos urbanísticos. Una ciudad tiene que ser, sobre todo, humana, integradora, un espacio no sólo para habitar, sino para vivir, convivir, crecer y ser feliz. De aquí la importancia de los espacios, de los planes urbanísticos, de las zonas verdes, de la racionalización de calles, avenidas, plazas y parques. En este tema se aplica el dicho: más vale prevenir que lamentar. Recuerden los tiempos de la migración del campo a las grandes ciudades, aquellos enjambres inhumanos, bautizados como sociales, en los que muchos españoles tuvieron que malvivir.
  • Pero, tan importante (más importante) que el tema físico estructural es el tema social. Un pueblo va cogiendo forma e identidad en la medida en que responde a las necesidades sociales, culturales y lúdicas (deportivas) de sus ciudadanos. El tema de los servicios sociales (especialmente en salud, educación y cultura) es fundamental. Los ciudadanos tienen que crecer y, para ello, tienen que tener oportunidades de crecimiento.
  • Santa Marta se va configurando como un pueblo de acogida. Así ha sido desde hace años y así sigue siendo. Antes acogía a gentita de nuestros pueblos. Ahora, la acogida se abre y se extiende a gente de otros países y culturas. Si queremos que la gente se integre tenemos que crear espacios y políticas de integración. Los servicios sociales deben ser acogedores e integradores. Y si no queremos que Santa Marta sea sólo un lugar de paso, se necesita dar cabida a la inversión y a cuantos tienen deseos de ser emprendedores.
  • Y un cuarto aspecto: cuidar las dimensiones ética y espiritual. Me refiero, sobre todo, a promover la participación ciudadana (a las organizaciones intermedias) y a la atención a los jóvenes (jóvenes que tienen el privilegio de vivir muy aprisa, pero que no siempre saben a dónde van).  Y me refiero también al cuidado de la dimensión espiritual y religiosa, de nuestras tradiciones, sencillas, pero que calan en el corazón de la gente. Y que, al final, nos ayudan a crecer en identidad y a vivir en paz.

Todas estas cosas dan identidad y nos ayudan a construir un pueblo mejor, más humano y capaz de esperanza.

Agradezco mucho a David su gentileza de invitarme a participar en el Pregón. Pido a Dios, por intercesión de Santa Marta, la mujer fuerte que ordenaba y arreglaba la casa, que bendiga a la Corporación y a nuestro Alcalde, a su querida familia y a este pueblo entrañable.

Y, para terminar, les voy a contar un cuento.

Era un pueblecito de gente buena y sencilla. Había un monje venerable que vivía en lo alto de la montaña. Y la gente iba con frecuencia a visitarlo y a escuchar sus palabras sabias. Pero en el pueblo había dos tipos desubicados y tontos que siempre querían dejarlo en ridículo. Y uno le dijo al otro: “Vayamos donde el hombre sabio y dejémoslo en evidencia delante de todo el pueblo. Llevamos un pajarito en nuestras manos y le preguntamos: Hombre sabio, el pajarito ¿vive o muere? Si dice que vive, lo aplastamos. Y si dice que muere, lo dejamos volar. El cualquier caso el hombre sabio queda mal. Así hicieron. Y delante de todo el pueblo le preguntaron: Hombre sabio, el pajarito, ¿vive o muere? El hombre sabio los miro y serenamente dijo: que el pajarito viva o muera, está en vuestras manos”.

En nuestras manos, queridos amigos, está Santa Marta. Dejémosla vivir y que siga siendo casa de todos.

Muchas gracias.